El primer paso para poder gestionar una rabieta, sería preguntarnos qué es una rabieta y por qué llega a producirse. Partir de esta comprensión ya nos va a proporcionar una visión diferente y nuestra actitud y acompañamiento cambiarán.
Una rabieta se desencadena cuando una persona, ya sea un niño o un adulto (estar muy enfadados, perder los nervios/”los papeles” o al decir que “alguien nos ha sacado de las casillas”), se siente totalmente desbordada por la emoción de la ira y no sabe cómo controlarla. Esta emoción tan potente nos invade y nuestra manera de expresarla es a través de un comportamiento inapropiado, gritos, golpes, empujones, pataletas…
Aprender a expresar esa frustración y enfado que sentimos de manera constructiva y asertiva es un aprendizaje en el que será muy importante y necesario acompañar a los más pequeños, ya que su lenguaje está aún en fase de desarrollo. En niños más mayores o incluso en adultos, si ha habido una falta de escucha hacia lo que sentimos o si este aprendizaje comunicativo no se ha establecido desde la infancia, puede que no sean capaces de identificar cómo se sienten, aceptarlo y expresarlo de manera respetuosa.
No es un camino fácil, pero la práctica y ser muy honestos en lo que está originando ese enfado nos ayudará a dar voz a lo que sentimos y a encontrar posibles soluciones. Por tanto, si la causa de la rabieta, en esencia, es el enfado, tendremos que preguntarnos de dónde viene ese enfado, qué lo originó. Si el enfado se produce porque nuestras necesidades no están siendo cubiertas, atendidas y escuchadas, podemos indagar en este sentido.
No hay fórmulas mágicas para gestionar estos momentos, va a depender del niño, de cómo nos sintamos también nosotros, del tiempo que le dediquemos a averiguar cuál es la verdadera necesidad; pero algo hemos de tener presente: cuanto más calmados y seguros nos vean, el proceso será más fácil de transitar para las personas implicadas.
Estos aspectos pueden ayudarnos a sentirnos más empáticos con el pequeño:
- Cuando tu hijo está teniendo una rabieta no lo hace porque sí, ni para probarte, echarte un pulso o saber hasta dónde puedes ceder. Tener una rabieta no es una situación agradable; a nadie nos gusta la sensación de perder el control, de estar fuera de nosotros y los niños no son una excepción. En lugar de ponerte a la defensiva, muéstrale tu ayuda, que estás de su lado y vais a ver de qué manera podéis cubrir la necesidad que está demandando.
- Una actitud muy interesante que puedes adoptar con tu cuerpo, es la de agacharte y ponerte a la altura de sus ojos, con esto le estás mostrando que le respetas, que es importante para ti y que estás ahí para acompañarle. Nuestro lenguaje corporal, muchas veces es más importante y efectivo que nuestro lenguaje oral.
- Es importante no juzgar ni poner etiquetas de positivo o negativo a la emoción que está sintiendo el niño. Las emociones no son ni buenas ni malas, todas son necesarias y forman parte de nuestra biología como seres humanos pensantes y sintientes. No queremos que el niño piense que enfadarse es malo, a veces puede ser necesario para poner un límite cuando nos están haciendo algo que no nos gusta; queremos que el niño aprenda a identificar esa emoción, aceptarla y expresarla de forma apropiada.
- Poner nombre a lo que sentimos nos ayuda a calmarnos. Enseñar a tu hijo a poner nombre a sus emociones le va ayudar a comprender lo que le está pasando y esto nos facilita recuperar el control. Si aprende a verbalizar lo que siente, a comunicarlo de manera apropiada, en otras situaciones parecidas será capaz de expresar sus necesidades y esto facilitará que la rabieta no se alargue en el tiempo o que quede por completo fuera de control.
- Está demostrado científicamente que la empatía nos ayuda a serenarnos y calmarnos. Cuando estamos teniendo una rabieta y percibimos que la otra persona se pone en nuestro lugar y nos intenta comprender, nos sentiremos más calmados y abiertos a escuchar y comunicarnos. Probemos y veremos!
- No es aconsejable razonar hasta que no se haya calmado un poco. Durante el momento más intenso de la rabieta se produce lo que se llama secuestro emocional, y el cerebro pierde en gran parte la capacidad de razonar. Estamos demasiado invadidos por la emoción, y el cerebro en esos momentos funciona “a medio gas”.
- La pregunta clave para gestionar estas situaciones desde el respeto y la calma es «¿qué necesitas?«. El niño va a percibir que estamos genuinamente interesados en cómo se siente y que queremos ayudarle a sentir mejor. Si además nos da una respuesta tendremos una información muy valiosa para poder solucionar la situación y anticiparnos a situaciones parecidas en el futuro.
- Si pese a todo ello no podemos hacernos cargo de la situación, porque también nosotros estamos desbordados, podemos expresarlo, sin juicio, simplemente poniendo nombre también a lo que sentimos.
RESPIRAR, colocarnos físicamente con la espalda recta y aceptar que nos cuesta, siendo amables con nosotros mismos y con el pequeño, pese al momento crítico, nos ayudará a liberar tensiones, y tranquilizarnos.
Hay niños que necesitan más tiempo (a los adultos también nos pasa), no les apetece hablar, o prefieren estar solos. Es importante respetarles en esos momentos; cada persona tiene una manera de regularse. Sí tendremos en cuenta que no se hagan daño, ni a ellos ni a otros en el transcurso de la rabieta, y les haremos saber que estamos disponibles si nos necesitan.
Espero que estas ideas puedan servir para transitar estos momentos de tensión, con mayor calma.
– Miriam David Álvarez-